Celina María Alfaro Pérez Molphe
Siento ahogarme en este
lugar, que no llamaría hogar, puedo pensar en miles de significados que darle a
la casa donde vivo y siempre el más cercano será sinónimo de prisión. Me quiere
deshacer, habito más cerca del infierno que de la tierra y me rompo cada que
abro los ojos y pienso que hay un día más que tengo que vivir, mi cobardía es
mi peor debilidad.
Necesito salir, huir de
todo lo que me hace o se me esfumará la vida, temo en quien me convierte este
horrible espacio y el miedo que me inunda cuando aparece frente a mi un
desconocido al mirarme al espejo me hace odiar a esa maldita...
Sé que mis ilusiones de
escapar no son más que una utopía a la que ni me acerco, la sombra de este
lugar se ha enredado en mi cuerpo y sé que me perseguirá el resto de mi vida
como si fuera un castigo; hogar son palabras extrañas para mí y siento mi
lengua dormirse al intentar pronunciarlas como si intentara protegerme de
ellas; deseó borrar mi memoria y que escapen los recuerdos desde el inicio de
mi vida aquí o al menos desde el momento en que nació Sofía.
Sofía, otra palabra que
sabe extraño, un nombre inadecuado para mi hermana que es todo menos
inteligente, pareciera que la sabiduría se le escapó al nacer y le dejó como
obsequio un horrible castigo ¿o será que su especie no es reconocida por ser
inteligente? Mi hermana extraterrestre.
No es tonta, la palabra
correcta sería llamarla ingenua, un ser de otro mundo o al menos la mitad de su
rostro que no pertenece a la tierra, un poco más de otro planeta y algunos días
solo puedo mirarla con aberración, siento asco de mis pensamientos, de cómo
Sofía y su cara de plastilina derretida pueden lograr que me llene de odio y de
sensaciones oscuras cercanas a la muerte.
¿A quién debo tenerle
rencor? Será al mundo que me moldeó para no apreciar todo lo bueno de Sofía
porque parece una carcasa de lo que alguna vez fue alguien o a aquellos que me
dieron una hermana defectuosa.
Temo el rumbo que mi mente
toma, corriendo hacia la locura hasta poder acariciarla, hacerle el amor y
dejarme manipular por ella, y mis pensamientos al final del día siempre
regresan a Sofía, sea de una u otra manera, buenos o malos, de vida o muerte,
pero ninguno con una pizca de sanidad. ¿Será mejor pensar en mi hermana como un
extraterrestre que como defectuosa? Porque escucho a mi madre llamarla así como
si lo que afectara a Sofía fuera sordera y no la deformidad que me causa
arcadas inconscientes.
En este momento puedo
escuchar a lo lejos como murmura Rebeca y no quiero más que cocerle la boca,
que guarde silencio, por un minuto que cierre la boca y ese sonido que sale de
ella retumba en mi cabeza como martillazos. Rebeca y no madre, no merece el
título, nosotros la matamos, yo y Sofía, le succionamos la vida como parásitos;
lo sé por como pronuncia mi nombre, como si le diera asco la simple idea que
pude salir de su interior; y si somos un castigo Sofía sería el mejor ejemplo;
la imagen perfecta de cómo se vería su alma, deforme, derretida. Mi padre no es
mejor, el epítome de la mala suerte y los monosílabos, con brazos de territorio
desconocido y ojos rendidos, más un reflejo que un ser.
Puedo decir con seguridad
que me muestro como una persona promedio, casi invisible, si desapareciera
nadie me extrañaría; es probable que solo Sofía, a quien todos miran con una
asquerosa curiosidad, es incómodo pero tranquilizante saber que no soy el único
que mira a Sofía.
¿Existirá alguna razón que
me moleste que ajenos miren a mi hermana de la misma forma en que lo hago yo?
Hay noches, en las que mi
mente toma lo mejor de mí, en que pienso que me llevo a Sofía, utópicos
pensamientos en los que su rostro no es más que uno del montón y los dos
podemos ser felices. Nunca duran, siempre se rompen como el cristal ¿Qué haría
a mis 17 con alguien de doce? ¿observarla? Esa niña extraterrestre, ilusa y
torpe. ¿Quién soy yo como para creer que puedo salvarla? ¿Será que deseo
salvarme yo? ¿Dejar de ser este engendro en el que Sofía me convierte?
Odio a Sofía más que a mis
padres porque es más fácil culparla a ella que carga con su inocencia a piel
viva, como si la quemara y ella lo disfrutara; como si le extasiara la espina
que crea dentro de mí con su nombre y estruja mi corazón, pudriéndolo con
sucios pensamientos de ira y desesperación que me transforman en quien no soy.
¿Qué clase de titiritero
experto es ella que hace nacer dentro de mí monstruosos deseos?
La quiero pero detesto
cada pizca de su existencia, cuando recuerdo como se acerca a mí y balbucea mi
nombre como juguete roto, ’Abel’ Abel’ y yo la veo con una morbosa fascinación
pues es porque debo sentir algo más que odio por ella.
No puedo recordar cuanto
tiempo llevo molesto.
Me gustaría asfixiar a
Sofía y despojarla de su miserable vida que mejor hubiera sido que naciera
muerta, sería de mi parte un acto de bondad romper con su estúpida realidad que
se sonríe como si nunca se hubiera visto en un espejo.
Uno de los recuerdos que
más abruman mi mente es de mis diez años, cuando dejaba detrás mi niñez y
tomaba de la mano al rencor; en mi delicada y quebrantable inocencia pensé en
ayudar a Sofía, me dije que si le enderezaba el rostro las cosas mejorarían;
tome la cinta adhesiva y con un poco de asco comencé a colocarla en su rostro.
El resultado aún me causa pesadillas, esa sonrisa torcida y maliciosa que creé,
si yo no era un artista y mucho menos un dios como para creer que podía lograr
algo. Aún siento vergüenza ¿qué me creía? Ahora le diría a mi joven ser que con
esas manos no podría causar más que dolor.
Mis calificaciones han
bajado estos últimos meses, lo mejor sería dejar la escuela, demostrarle piedad
a Sofía y largarme de esta casa ¿realmente no aprendo nada? ¿de verdad pienso
que podría lograr más que sellar mi destino?
¿Seré yo más monstruo que
ella por pensar así?
Es inevitable cargar la
sombra de una muerte piadosa entre mis dedos cuando puedo observar la
perversión que es mi hermana en las miradas ajenas, similar a la que aparece en
el mío cuando ella no me puede ver y eso me enferma.
Mis manos dudan cada que
ella me pide que peine su cabello o que pinte sus uñas, cuando exige historias
nocturnas para poder dormir y murmura mi nombre como si fuera la respuesta a
los secretos que esconde la vida, como si mi existencia junto a la de ella
fuera suficiente; es doloroso, mi garganta se cierra y me doy cuenta de la
aberración que se esconde en mi interior igual que la de Rebeca cuando al ver a
Sofía solo pensaba en su muerte y en mi consiguiente libertad.
No recuerdo la última vez
que hice más que mirar a Sofía, una respuesta a mi dolor de cuello, el mantener
la mirada baja y sé que pronto necesitaré lentes, consecuencia de genética,
como si mis padres no hubieran jodido mi vida lo suficiente ¿O habrá sido por
mirar tanto a Sofía?
Sofía, Sofía, Sofía, uno
no debería pasar tanto tiempo pensando en su hermana.
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