Por: Jaime Preciado
Salió caminando el príncipe,
solitario, buscando ese amor perdido. Sí, su amor desapareció aquella noche de
invierno; una de las más heladas. Esa noche la recordaba bien: luna llena, los
árboles blancos, la chimenea prendida, la mirada de ella.
Describía el sentimiento de
felicidad. Durmieron juntos, abrazados como si tuvieran más frío del que
existiera. La noche se tornó roja. Todo cambió, la melancolía apareció. Volteé
con lágrimas en las mejillas, no la vi, había desaparecido. Su amor estaba
perdido.
- ¡Qué noche tan terrible! -se
repetía el príncipe.
Caminaba y caminaba, vagando
por su reino. Llegó a un árbol, donde se recostó y durmió. Despertó y vio a un
viejo pequeño, nariz fea y arrugado. Fijamente lo miró y le dijo:
- Yo sé por qué lloras y sé
cómo ayudarte. Pero tendrás que pasar una prueba.
El príncipe, aturdido,
contestó:
- Sí. Haría todo por
recuperar a mi amada.
El viejo, sabio le pidió que
le trajera una orquídea dorada, que se encontraba al final del bosque llamado
“ESTACIONES”. El príncipe agarró un costal, lo llenó de frutilla y empezó su
travesía. Caminó hasta su primer lugar de descanso a orillas de un río y se
sentó. Relajado, tomó un sorbo de agua y se refrescó.
El río era la frontera entre
su reino y el bosque, uno de los más
peligrosos. Invierno, verano, otoño, primavera eran todos los paisajes que coexistían en aquel bosque.
El príncipe tomó un último
sorbo de agua fresca, y siguió cabalgando hacia la entrada de aquel bosque. El
paisaje empezó a cambiar. Todo se tornó frío. Los arboles estaban cubiertos de
nieve. Su caballo empezó a relinchar. Escuchaba suspiros. Dejaba huellas atrás
de su camino, manchas en la nieve.
Terminó aquel paisaje frígido
y áspero. El príncipe se asombro. Todo cambio, se tornó hermoso y bello con
flores por doquier. Una explosión de colores: rojo, azul, verde recordando que
la naturaleza vive, que está ahí.
Cada cambio de estación le recordaba
a su amada, cada vez mas para para estar con ella. Cada galope era poco para
besarla, abrazarla, cuidarla, protegerla y sobre todo amarla. El paisaje se
tornó melancólico, las hojas caían, el viento soplaba, el frío regresó.
- Amada, amada mía- suspiraba
el príncipe.
La temperatura subió, el sudor
aperlaba su frente, se lo limpiaba con una pequeño pañuelo. Se paró a
tomar un sorbo a orillas de un riachuelo. Continúo su camino, a todo galope,
buscando ese final del bosque. Veía a lo lejos ese brillo dorado de la orquídea.
Tambaleante llego a ella. La tocó. El tiempo se paró. Las palomas flotaban. El
agua detuvo su flujo. Apareció el viejo, muy tranquilo fumando de aquella pipa.
- Lo lograste -dijo el viejo.
- ¿Por qué no lo haría?
- No la amabas lo suficiente,
tal vez.
- Jamás. Solo existo por ella.
- Muy bien, muy bien. Toma-
murmuró el viejo
- ¿Un hongo? ¿Para qué?
- No preguntes trágalo.
- ¿Para qué?
- Te llevara donde tu amada
esté.
El príncipe lo tragó,
desesperado. El tiempo giro; todo giro. Su cabeza estaba al revés. Vio toda su
travesía pasar: el calor, los colores, el frío, el cansancio, las lágrimas. El
golpe fue fuerte, seco, como si un árbol cayera.
Se encontraba delante de una
cueva enorme, escuchando el vacío, que retumbaba entre aquellas piedras. Entró
a paso firme, pero lento… las gotas frías caían en sobre su cabeza. Vio una
luz. Empezó a trotar, luego a correr.
Sí, era su amada. La emoción lo invadió. Su piel
vibro ante la presencia de ella. La abrazó. Ni una sola palabra salió de
aquella pareja felizmente reencontrada. Sintió su mano junto a la de
ella, por fin estaban unidos. Un beso bastó para perpetuar ese encuentro.
Intuyo que debía voltear, no
sabe por qué, pero lo hizo. Era su hermano; lo golpeó y cayó al piso.
- ¡Hermano¡¿Qué te pasa? -dijo
el príncipe.
- Tú me robas el reino, ahora
yo te robo a tú amada.
La pelea empezó a flor de piel;
los golpes fueron lanzados con odio. El príncipe se alejó, tomó a su
amada y trato de huir corriendo al final de la cueva. El hermano, con aires de
desesperación, lanzo una daga. El acero voló y se encajó en la espalda del
príncipe. La herida fue fuerte pero el seguía en pie. Su hermano aprovecho su
oportunidad y alcanzó al príncipe. Su
amada le saco la daga de la espalda,
matando al hermano. Huyeron juntos,
regresando al reino.
El príncipe sonrió en aquella noche. Durmió junto a ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario