Por: Agustín Rodrigo Gómez
Las
últimas vacaciones de verano fueron mágicas. Desde el primer día, sentía que
iban a estar llenas de maravillas y cosas sorprendentes. Un gigante y espectacular autobús me llevó a la playa.
Esa noche
mágica, frente al mar, era el día de mi cumpleaños. La tarde siguiente no dejó de ser placentera; sentí la humedad de la montaña
mientras viajaba al pueblo donde nació mi padre, donde permanecí dos días.
Me reuní con mis queridos parientes. Un momento muy agradable pasé al
convivir con ellos. Regresé al pueblo de mi padre. En ese viaje pude sentir con intensidad, la brisa que viajaba entre el bosque y acariciaba mi rostro; pude escuchar el latido de la naturaleza, a la cual
todos pertenecemos.
En el alba sentí la necesidad de realizar algún tipo de ejercicio vigoroso. Decidí dar un
paseo por los caminos circundantes al pueblo, y subí una pequeña montaña.
Horas más
tarde fui a comer con unos primos, me sentía lleno de energía y
decidí salir a caminar con ellos. Terminé cansado, pero contento. Esa
tarde fue encantadora: conocí a una bella morena que usaba brackets. Tuve el deseo de invitarla a salir, pero por su
corta edad, me contuve.
Antes del regreso, decidí volver a la playa, y la
naturaleza me hizo un gran regalo: el atardecer más hermoso que vi en ese año. No me cansé de contemplar el Sol fundiéndose con el mar y produciendo
un resplandor que me dejó pasmado.
Al final de mis vacaciones no me esperaba que al continuar mi viaje, me
encontraría con algo tan emocionante. Abordé otro autobús para acercarme más a
mi ciudad. Me encontraba sentado. Una muchacha se sentó a mi lado. Al principio no le presté mucho interés, pero cuando la observé a detalle quedé paralizado... ese cabello rubio y rizado como rayos de sol; aquel bello y aperlado rostro portaba esas mejillas rosadas como piñones; sus piernas descubiertas y cruzadas, como los pilares de la tierra. Experimenté una admiración tal, como si hubiera escuchado una nota celestial. Nunca le
pregunté su nombre; sentí que sería mucho atrevimiento, aunque
intercambié algunas palabras con ella. Pero sin duda, con este acontecimiento cerré
con broche de oro mis pasadas vacaciones de verano.